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martes, 17 de enero de 2017

Deber y derechos vs. Impunidad y corrupción

“El hombre ha nacido libre y, sin embargo,

en todas partes se encuentra encadenado”
J.J. Rousseau

Por / RAMÓN PERDOMO

Es muy probable que la mayoría de los conceptos que se lean en este escrito, ya hayan sido expuestos por otros, pero me voy a sustraer a una expresión muy socorrida por mí que reza: “toda obra literaria es intertextual”, y como repetir es una metodología del proceso enseñanza aprendizaje, me permito repetir algunos conceptos. Creo que esta repetición no es dañina.
En todas las constituciones y cartas magnas de muchísimos países, se establecen deberes y derechos a los ciudadanos, en algunos de esos países los deberes de uno son derechos o responsabilidades de los ciudadanos y viceversa. Aprendí de los clásicos que todo efecto tiene su causa, y toda causa tiene sus efectos, y al pasar por las aulas universitarias conocí una materia o asignatura que se conoce como Mitología de la Investigación: a través de la investigación se llega a las causas de las cosas.

Un médico para saber las causas de una fiebre en un “cliente” hace investigaciones: indica análisis, biopsias, electrocardiogramas etc., los dolores de cabeza son investigados en ese “cliente”, esto es para saber de dónde vienen esas “dolamas”, que de seguro son el efecto de alguna afección de algún órgano vital o no vital del humano que se tiene por delante.
La sociedad es un cuerpo, que asume sistemas económicos y políticos y al igual que el cuerpo humano manifiesta efectos negativos propios de su anatomía (como una fiebre, una erupción en la piel, como un dolor de cabeza), pero esos efectos pueden ser positivos también, que deben ser normales. Y por consiguientes son los profesionales de la sociología, la antropología, psicología, psiquiatría y otros que deben analizar o investigar esos efectos en las sociedades de hoy.
Las sociedades (o sistemas) se enferman y esas enfermedades también son sintomáticas, que contrario a un ser humano puede que ese efecto solo afecte a un individuo, sino es una enfermedad contagiosa, pero en la sociedad esos efectos esas enfermedades por lo general afectan la colectividad y ese efecto inicia casi siempre, se manifiesta a través de la familia porque como dice el  autor del epígrafe de este escrito: “La familia es, pues, si se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas”.
Todo esto lo he expuesto para repetir (y de verdad es una repetición), que la corrupción en sentido general en una sociedad, es el efecto de ella misma: incumplimientos de deberes, desconocimientos de derechos y por demás una carencia tangible de conciencia social y política, cosas que en la actualidad afecta al conglomerado dominicano, pero que una gran parte de ese conglomerado ha asimilado creyéndose, en parte, goza de una “libertad” que en última instancia perjudica a toda la sociedad o el sistema imperante (Sistema capitalista).
Robarse la luz roja de un semáforo (ya es común en nuestro país), transitar por una avenida en sentido contrario a como indican las señales de tránsito, sacarse el hombre la parte pudenda y orinarse en la vía pública, caerle a pedrada a un perro realengo, burlarse de una persona mayor o con trastornos mentales que anda en la vía pública, tirar desperdicios de alimentos en las calles y aceras (ya sea que vaya caminando o en un vehículo de motor); son simple violaciones (“de lo simple a lo complejo”) a las normas generales tanto de conducta como a las disposiciones legales, son actos de corrupción que han servido de génesis a la impunidad, una impunidad que no puede verse solo en los que ejercen el servicio público, (y no estoy diciendo que no se le condene), también en otros estamentos.
Para existir la impunidad, tiene que haber primero corrupción –si se propagan- son síntomas de una sociedad enferma, la impunidad viene de una corrupción sistematizada, para combatir la impunidad hay que extraer del cuerpo social la enfermedad (la corrupción) y para lograr esto, como es un problema sistémico, hay que curar la sociedad o el sistema. Decían nuestros abuelos: “Muerto el perro, se acabó la rabia”.

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