Escoge tu idioma

Bienvenida


Anuncios

Bienvenida

Publicidad

lunes, 14 de julio de 2025

O estamos como «chivos sin ley» o hubo complicidad. ¿Quien da la cara por este hecho?

Más allá del revuelo por la demolición, ¿qué hacer con todo lo que nos queda?

Por / Cesarin Leonardo Febles

«El palo dao ni Dios lo quita», así dice la sabiduría popular dominicana, y nunca esta frase ha resonado con mayor tristeza e impotencia que cuando contemplamos el vacío que ha dejado la demolición de aquella casa victoriana en el corazón histórico de El Seibo, a pocos metros del parque de «Los Cañones» como es popularmente conocido el Juan Sánchez Ramírez en la emblemática calle general Santana.

Lo que una vez fue una joya arquitectónica, con fachada admirada por todos, testigo silencioso de más de un siglo de historia seibana, ahora es apenas un montón de escombros y una herida abierta en el alma colectiva de nuestro pueblo.

Pero este no es simplemente el lamento de un pueblo pequeño por la pérdida de una construcción antigua. Es algo mucho más profundo, sin lugar a duda es un síntoma de una sociedad que, tras la demolición ha entrado en un debate que pareciera estéril, si juzgamos por como “una noticia tumba otra”, pero que muestra, que si se comprende el valor irreemplazable de nuestro patrimonio, y más grave aún, la inercia de autoridades que permitieron que esto ocurriera sin dar la cara. Alguien firmó esa autorización. Alguien miró hacia otro lado. Y ahora, cuando el daño ya está hecho, ¿dónde están? Y si nadie lo hizo hay que preguntarse ¿estamos aquí “como chivos sin ley”?


Aquella casa victoriana era mucho más que una fachada hermosa que quien tiene el mínimo de sentido común o de respeto por lo colectivo, debió al menos analizar qué y dónde compraba. Debió y pensar en el daño que esto podía causar. No se echó al sueño simples ladrillos y paredes centenarias, se demolió una verdadera reliquia arquitectónica que conectaba a las generaciones actuales con los pioneros que construyeron esta ciudad. Su fachada, sus definidos detalles formaban parte de un lenguaje arquitectónico que hablaba de prosperidad, de sueños realizados, de una época en que El Seibo miraba hacia el futuro con optimismo, el cual pareciera diluirse entre comentarios y un dime y directe en las redes que no lleva más que a dividirnos más, cuando este hecho debería acercarnos más y a ver lo que nuestro pasado nos enrostra.

Como muchos dicen “era propiedad privada”, que “el dueño tenía derecho a hacer lo que quisiera con eso”. Pero cuando hablamos de patrimonio arquitectónico, las edificaciones trascienden la propiedad individual para convertirse en memoria colectiva. En pueblos como el nuestro, cada casa antigua es un libro abierto de historia, y cuando la demolemos, arrancamos páginas que nunca podrán ser reescritas. Pareciera extremista pero el impacto psicológico en nuestra comunidad, según el revuelo en redes sociales, es devastador y es que perdemos no solo un edificio, sino parte de nuestra identidad visual, de esa estética que nos hace únicos.

Porque El Seibo tiene demasiado, tanto que muchos pueblos mediterráneos envidian y ni aquí lo valoramos en la justa dimensión. Aquí hay una historia auténtica, una gastronomía que despierta pasiones, una cultura rica en expresiones artísticas y una arquitectura que cuenta historias. Y donde dejaremos el mabí de “bejuco indio” en sus tiempos mozos llamado “Champagne Seibano» y los dulces más codiciados que se hacen con recetas centenarias. Aquí se desde hace descenas de años se efectuan las lidias o corridas de toros al estilo sevillano más emblemáticas de todo el Caribe y que pronto con su plaza serán más icónicas y nuestra plaza no es solo un espacio público; es el corazón palpitante donde se entretejen las historias de familias enteras, donde cada banco guarda secretos y cada árbol ha sido testigo de generaciones de seibanos.

Los operadores turísticos que recorren el país buscando autenticidad, tienen aquí mucho para no pasar por aquí sin detenerse. Tenemos tanto que por desconocimiento y por la ancestral miopía gubernamental, no hemos sabido mostrar la grandeza de esta tierra. Y ahora, con cada demolición, con cada descuido, estamos enterrando esa grandeza bajo el anonimato de la negligencia.

Mientras tanto, a solo una hora de distancia (ojalá pronto a minutos), Miches se sigue perfilando y estableciendo como el polo turístico más prometedor de República Dominicana y gran parte del Caribe. Las inversiones llegan, los hoteles se construyen, los visitantes descubren esas playas paradisíacas. Pero ¿qué pasará con nosotros? El Seibo, cabecera de provincia, tierra de historia y tradiciones, ¿seguiremos siendo un lugar de paso o nos convertiremos en un destino?

La respuesta no está en lamentarse por lo perdido, sino en actuar antes de que sea demasiado tarde. Esta es la hora de la planificación estratégica, el momento de entender que el desarrollo turístico sostenible comienza por preservar lo que nos hace únicos.

Insisto nuevamente, hago un llamado urgente a todos los actores que pueden cambiar esta historia. A las autoridades municipales pregunto: ¿Qué esperan para sacar y poner en función la ordenanza esa? ¿Cuándo más que filosofar, protegerán nuestro patrimonio arquitectónico? ¿Esperan que lo perdamos todo? A los legisladores que busquen asesoría si la requieren para crear los marcos legales que necesitamos para incentivar la preservación, no la destrucción de estos íconos. A los funcionarios públicos en general les digo que es imperioso gestionar, El Seibo necesita ser parte de la estrategia turística nacional, no un punto olvidado en el mapa.

Y a la sociedad civil organizada, a los grupos culturales, a los empresarios locales por enésima vez le recuerdo que el momento de sentarse a planificar es ahora. No mañana, no el próximo año. Ahora, mientras Miches está en ascenso y podemos aprovechar ese impulso para posicionar a El Seibo (como el punto más equidistante de todas las provincias orientales) como un complemento histórico-cultural indispensable para cualquier ruta turística.

La demolición de esa casa victoriana fue, efectivamente, “un palo dao” que ya ni Dios, aunque puede, lo quitará. Pero aún podemos escribir una historia diferente para las edificaciones que quedan, para las tradiciones que sobreviven, para el futuro que todavía podemos construir.

La grandeza de El Seibo no está solo en el pasado; está en como podamos usar ese pasado para crear proyectos que en la posteridad beneficien la colectividad. Hay esperanza aún. La visión no debe morir, el presente demanda acciones contundentes, que tengamos el valor no solo de reclamarla y poner nuestras infraestructuras en valor, sino el compromiso de cuidarlas. “Un Seibo Mejor es posible”.

Compartenos en: